La leyenda de (?)

Infinitas nubes blancas recorrían el precioso cielo azul que brillaba con todo su esplendor por la mañana. El Sol estaba alto, a punto de llegar el mediodía; por encima de las cumbres montañosas.
Pueblo Anca era un lugar pacífico, situado cerca de una pequeña bahía, rodeada de bosques y montañas. Entre sus habitantes se contaban todo tipo de razas; desde el elfo más esbelto, al orco más horroroso del lugar. Todos cumplían con sus funciones equilibradamente, trabajando duramente para mantener la prosperidad del pueblo.
Los guerreros y magos observaban con detenimiento armas y armaduras en las tiendas, los comerciantes regateaban con sus clientes en los puestos ambulantes que recorrían las calles de piedra, los granjeros ofrecían el fruto de su trabajo en el mercado, y los viajeros se guarecían del cansancio bajo una cálida cama en la posada.
Era un día especialmente ajetreado, se acercaba la fecha del "Gran torneo". Cada dos años, se realizaba un espectáculo de habilidad y maestría en el arte del combate, dónde países vecinos competían amistosamente para unir los lazos de las alianzas y conseguir el preciado tesoro del campeón: una espada Lathio.

Wind, era un elfo oscuro de mediana estatura, con largo pelo negro y penetrantes ojos profundos. Se trataba de un habilidoso ladrón, quién a través de su larga experiencia logró dominar el arte de la espada. La vaina metálica que llevaba sujeta en la espalda era prueba de ello. Por contratiempos del destino, había terminado en aquella pequeña isla situada al sur del emplazamiento del coliseo dónde se disputaría el "Gran torneo": estaba dispuesto a obtener el primer puesto en la clasificación.

- ¡Soltad el ancla! ¡Recoged las velas! - las gaviotas graznaban por encima de los mástiles de aquel velero, ya estaban desembarcando los pasajeros e Idaeus aún estaba pálido y mareado, apoyado en la borda con un brazo por encima de ella. Vomitaba lo poco que podía por culpa del terrible mareo que sentía...
- ¡Vamos muchacho, levanta! ¿Tus huesos no están hechos para la mar, eh? ¡Ja, ja, ja, ja!
Era un simpático marinero que estaba ayudando a ponerse en pie a Idaeus, quién aun tropezaba con sus propias piernas. No parecía un mareo común, y el marinero le preguntó:
- ¡Muchacho! ¿Tu bebiste anoche, no? ¡Ja, ja, ja, ja, ja! Te pasaste un poco.
- ¡Aahh, mi cabeza! Sabía que si subía a un barco no debería haber bebido... Oh... Uf... Pero anoche fue genial la vegdaaaggghhh...- Dándose media vuelta volvió a vomitar lo poco que podía sobre la madera del barco.
- Caramba chico, si que te afecta el alcohol... ¡Ja, ja, ja, ja!
- No... Me afectó lo normal, ¡es este maldito barco! Aahh, mi cabeza... Y encima tengo resaca, qué mal...
Idaeus agradeció el viaje al marinero y bajó la rampa a duras penas, a punto de caerse al agua. Andaba cabizbajo, con una mano sobre la cabeza y la otra aguantando un pequeño saco de tela que llevaba arrastrando por el suelo. Mientras bajaba, el marinero le recordó:
- ¡Muchacho! ¡No te olvides de volver, el barco zarpará en dos días!

Idaeus, un joven fornido y de aspecto intrépido, yacía dormido bajo la sombra de un árbol, cerca del muelle. Vestía con botas y coraza de cuero y una cinta bastante gruesa de color marrón oscuro que le cruzaba todo el torso.
Tenía el cabello largo, color castaño oscuro y ojos marrones. Armado solo con una espada de doble filo y sin decoraciones, vivía de lo que ganaba haciendo de guardaespaldas por un día o de algún trabajo que le duraba dos jornadas como mucho; ya que no le gustaba mucho trabajar y se quedaba dormido sobre la paja de un granero o en el establo, dentro de una cuadra vacía.
Viviendo así, un día se enteró de que en una península del mar Escenel, se celebraba un torneo donde los guerreros y los magos mostraban sus habilidades en combate, y el premio era una rarísima espada de gran valor. No dejaría escapar la oportunidad de dar a conocer su maestría con la espada, o eso es lo que él solía decir.
Mientras dormía apoyado en aquel árbol se le podía oír hablar en sueños:
- Gracias... Gra...cias, soy... el mej... or... Ah... - y una sonrisa picaresca se pudo apreciar en sus labios.

Mørk había llegado a la isla con un pequeño navío de remos y vela pequeña, desde las tierras del este; desviada por una brutal tormenta días atrás, ya que su rumbo inicial era dirigirse al continente.
Llegó con los restos de la embarcación por la parte sur de la isla, no muy lejos del pueblo más cercano.
- Maldita sean las corrientes del mar meridional, me he desviado del rumbo y la barca está inservible…
Recuperó de ésta dos pequeños sacos con pertenencias, uno más grande que el otro. En realidad solo uno era un saco, ya que el segundo era una capa negra envolviendo su espada.
Se armó la espada en la espalda, se colocó la capa, luego las hombreras y los quijones en las caderas.
- Diviso un pueblo, espero encontrar embarcación para el norte desde allí - pensó - Suerte tuve de no llegar más lejos y perderme en el mar…
Entonces pegó un bocado de algún tipo de bizcocho que guardaba en su saca, de un color heno dorado.
- Mucho mejor ahora… ¿Suerte tuve? - se preguntó a si misma - La suerte no existe, sueltas andan las riendas del destino.
Y sin más dilación marchó hacia aquel pueblo que se veía un poco más allá.

Era una mujer esbelta, de gran belleza, alta y de piel grisácea, con una muy larga cabellera de un color morado pálido, casi blanco. Su mirada intensa y fuerte parecía atravesar todo, debido a unos ojos claros contrastados con sus negras vestiduras, dando así pues lúgubre imagen.

Despertado por el estruendo causado por los gritos de un hombre, Valiant, un esbelto elfo de tez blanca brillante como la luz del Sol y cabello oscuro como la misma noche, abrió sus ojos mientras estiraba los brazos para luego levantarse y ver qué era lo que había quebrantado su sueño. Se trataba de un marinero, estaba ayudando a un hombre que parecía estar muy mareado.
- Al menos ya estamos en el puerto - pensó, asi que se dispuso a bajar del barco. Cogió su arco y su carcaj, dejando ambos bien sujetos a la espalda, comprobó que tenía las botas bien atadas y se desenpolvó los atuendos un poco antes de empezar el desembarque.
- No me iría nada mal una coraza, el "Gran torneo" está cerca y debo demostrar mis dotes con el arco. Ire al pueblo y buscaré alguna tienda.

Valiant se dedicaba a la caza con arco, en su tierra era de los más hábiles. Pero no conformándose con ello, al oir noticias de la cercanía del torneo, se marchó para mejorar sus habilidades en él. No se conformaría con nada que no fuese el primer puesto, daría lo mejor de si mismo. Su mirada firme, sus ojos de un color muy parecido al rojo de la sangre y su rostro serio e impasible, denotaban en él lo mucho que estaba dispuesto a dar por ser el número uno.

El elfo oscuro Wind, se encontraba sentado en un tronco de árbol cortado muy cerca del muelle. Observaba con atención todos los viajeros que llegaban por la costa, ya fuera en barco, en bote o arrastrados por el mar. Se dio cuenta de que aparecieron muchas personas vestidas con armaduras, probablemente la competencia. Al igual que él, el resto debía haber visitado esa remota isla del sur para adentrarse en el Bosque de Iltur, lugar dónde se decía que uno podía forjar el cuerpo y el espíritu. La verdad es que sencillamente era una guarida de bestias inmundas, dónde los guerreros podían fortalecerse mediante sangrientas batallas.
- Iré a hacerles una visita - murmuró hacia si mismo - me conviene saber qué clase de fuerza poseen.
Dicho esto, se levantó y descendió tranquilamente por el sendero que conducía a la bahía.

Y por fin, Mørk llegó al pueblo:
- Hum… Que sobrepoblado está esto. Siendo como es, un pueblo pequeño, o bien hay mucho viajero de paso, o las criaturas de estos lares son peores que los conejos… - pensó con relativa gracia y real indiferencia, pero al igual preguntó al primer hombre que vio:
- Disculpe señor, ¿sabría decirme a que es debido tanto barullo de gente en estos lares?
- Vaya, debes ser la única que aún no se ha enterado - le respondió aquel hombre sorprendido - Dentro de tres días va a organizarse el "Gran Torneo", dónde guerreros de todos los países se reunirán para combatir.
- Interesante - pensó ella. Y a continuación, cambiando totalmente de tema tras pensar unos segundos fugaces, le preguntó:
- Ya veo... ¿Podría decirme usted donde puedo encontrar un tablón de anuncios?
- Por supuesto, diríjase por esta calle y encontrará la plaza al fondo. Tiene que haber uno frente al Ayuntamiento.
Finalmente, le hizo una reverencia simple con la cabeza y se marchó sin decir palabra, con lo que el señor se quedó con cara de extrañado.